miércoles, 15 de noviembre de 2017

Aunque los detalles se perdían quedaba claro algo: una persona estaba secuestrando gente para ponerla a trabajar como esclavos en algún subterráneo de Puebla. La pregunta era ¿Dónde? El párroco recordaba un fuerte olor a azufre pero eso no significaba nada debido a que todo el sur y poniente de la ciudad estaba cubierto de hoyos de agua con esas características. El domingo siguiente no dejó  de hablar al respecto en un sermón, pidiendo que cualquier persona que hubiese oído o visto cualquier cosa sospechosa lo repotarse a la autoridad.

Terminando el sermón varias personas se le acercaron.

-Permitame decirle paternidad que estamos buscando al responsable de este ultraje- le dijo el alguacil mayor- no tema daremos con los responsables.

-Se lo agradezco y quiera Dios que podamos liberar a esas personas a tiempo.

El siguiente hombre que se acercó no era un personaje especialmente agradable. Don Sebastian de Acuña era un portugués que se habia avecinado hacía algunos años en la ciudad y todavía seguía sin ser popular, era dueño de uno de los seis grandes obrajes o talleres que funcionaban a manera de fábricas, que había en la ciudad. No era conocido por sus grandes obras de caridad ni muchos amigos. A pesar de todo era un reconocido amigo de la iglesia y lamentó lo sucedido, preguntando al padre si recordaba algo de lo que le había sucedido durante ese trance.

-Muy poco, don Sebastián- le contestó el párroco.

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