En ese año una familia de origen italiano llamada Giacopello compró un terreno en la entonces parte más lujosa y alejada de la ciudad, la Avenida Juárez, comenzando a construir una casa de estilo francés, de 1500 mts2 de construcción, jardín, sala, comedor, despacho, sala para fumar, cocina, despensa, tres recámara, estudio y balcón.
Los Giacopello vivieron en esa casa hasta el dia en que, por razones desconocidas, una de sua hijas se quito la vida en el despacho. La familia vendió la casa a un dueño no identificado, y luego llegó la Revolución. La mansión fue abandonada hasta los años veinte.
En el año de 1920 el gallego Rogelio Rodríguez Sáenz llegó a Puebla, y denun origen humilde como vendedor de retazos de tela hizo fortuna, llegando al final de su vida a ser un próspero empresario textil. Se terminó casando con la prodesora normalista María del Carmen Jiménez y erigieron su hogar en la 19 norte esquina con la 2 poniente, lugar que luego convertirían en una fábrica de su propiedad. Siempre soñaron con habitar esa germosa mansión abandonada que podían ver desde su casa, a principio de 1930 lograron su objetivo.
Tuvieron 3 hijos de los cuales sobrevivieron 2: Rogelio y Milagros Rodríguez. El padre murió y fie la madre la encargada de criar los hijos, Rogelio estudió en el Oriente y la hija en el Colegio Puebla.
Doña María a la muerte de su marido se volvió una persona reservada y de pocas amistades. No vio más a la familia de su marido, hasta su muerte en 1988 siempre mantuvo a la misma servidumbre. Las fábricas textiles que tenia su esposo fueron quebrando poco a poco, y los decendientes de la familia se fueron mudando de la casa hasta dejar a la abuela sola.
La abuela tenia rituales como ordenar a la servidumbre que abrieran las ventanas gradualmente, a lo largo del día, para permitir que entrara solamente una pequeña cantidad de luz, inofensiva para los tapetes europeos que temia que se decoloraran, una tradición de continúa hasta el dia de hoy.
Los muebles del interior de la casa fueron construidos por un ebanista llamado Arce que construyó escritorios, archiveros y recámaras a la medida, al estilo Luis XV y con la más alta calidad.
Allí vivieron y jugaron los nietos de la señora. Pero la abuela no permitía que jugarán dentro de la casa. Ordenó al ebanista crear mueblea pequeños para ellos, sillones, mesas y comedores para que jugaran en el jardín como niños adultos. Inevitablemente la gente se asomaba a través del cable de metal, que sostenía la lámina que aislaba el jardín del exterior, al ver "muebles chiquitos" solo podían ser de "enanitos." En realidad, lo que la gente veía eran niños jugando a ser adultos.
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