martes, 10 de octubre de 2017

Tercera parte de la Leyenda la Casa de los Marranos


Mezclando chile mulato con pasilla, la salsa alcanzaba el sabor perfecto.

El siguiente paso era lograr el olor: evidentemente las especias eran clave.  Lo malo de los experimentos culinarios en ese tiempo era la perdida de dinero, pero el patrón en el alarde de generosidad le dio la llave de la alacena de las especies. A Li Fa le quedaba claro que el olor dulzón se consiguió con la canela, añadiendo ajo. Cebolla y clavo se balaceaba hasta lograr el olor ideal. Moliendo todo con galletas, almendras y nueces se lograba la salsa perfecta, no había que dejar de mover con una cuchara de palo la salsa, porque notó que la mezcla se pegaba al fondo de la cazuela.

Li Fa probó la salsa y sonrió satisfecho, pensaba que solamente los patentes reproducían, los vendedores maestros mejoraban los sabores, ahora el banquete le daba la oportunidad de agrandar su fama.

Tenía el guajolote y la salsa. Nada mejor que para aderezar la preparación que un poco de ajonjolí español y arroz. Li Fa sabía que el arroz en México se preparaba con aceite y se le daba una coloración rojiza con jitomate, pero el suponía que, con arroz originario de China, el nuevo platillo debía presentarse lo más naturalmente posible. Así elaboró un arroz blanco como el complemento perfecto. Satisfecho con lo logrado, sólo esperaría la fecha para preparar el banquete que al amo había ordenado para el día de su santo.

María Luisa no encontraba consuelo ante el vendaval que se venía, y llegó a la conclusión que tenía que deshacerse de su marido. Se lo planteó a sus amantes y todos se mostraron temerosos, y ninguno se comprometió a hacerlo. ¡Cobardes! Sólo quedaba el veneno, la ancestral arma de las mujeres, pero ¿Cómo aplicarlo, ¿cuándo y dónde? El banquete parecía ser la ocasión apropiada.

El día del festejo la famosa casa de los marranos parecía iglesia de lo llena que se encontraba. Decenas de invitados llegaron a disfrutar la hospitalidad de don Huesca.  Estaba el inquisidor, el alguacil de la santa hermandad, la policía de la época, los acaldes mayores, caballeros de varias cofradías, todos listos para saborear ese delicioso platillo, que presumían haber degustado tanto tiempo atrás.

-¿Cómo decís que se llama mi señor?- - preguntó un inquisidor.

-“Mole”, ilustrísimo señor!,- respondió don Tomas.

-¿Delicioso, es único!, nunca había probado algo semejante.

Los invitados aprobaban con movimientos de cabeza estas aseveraciones.

Saboreando la comida, nadie se fijó cuando la esposa del anfitrión se deslizó a la cocina. Luisa llevaba un pequeño fracaso envuelto en un trozo de tela. En la alacena vertió sobre una de las botellas de vino el líquido mortal. Dispuesta a retornar sus pasos, se encontró con Li Fa quien había observado la escena de cerca. Decidido, trató de detenerla. Luisa gritó en el momento que llegaba su marido, quien había ido a la cocina por el vino. Al ver a don Huesca la escena, la sangre se le subió a la cabeza, y atravesó el corazón de Li Fa con el mismo cuchillo con el que había estado comiendo el mole momentos atrás.

María Luisa se convirtió en una viuda muy rica que vivió muchos años. Nuca volvió a casarse y cuido a distancia a su hijo. Se dice que en navidad y año nuevo enviaba grandes cantidades de dulces, frutas y juguetes a los niños se san Cristóbal y en algunas noches lúgubres se dibujaba su silueta en la puesta del orfanatorio.

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