Mezclando chile mulato con pasilla, la salsa alcanzaba el sabor perfecto.
El siguiente paso era lograr el olor: evidentemente las especias eran clave. Lo malo de los experimentos culinarios en ese
tiempo era la perdida de dinero, pero el patrón en el alarde de generosidad le
dio la llave de la alacena de las especies. A Li Fa le quedaba claro que el
olor dulzón se consiguió con la canela, añadiendo ajo. Cebolla y clavo se balaceaba
hasta lograr el olor ideal. Moliendo todo con galletas, almendras y nueces se
lograba la salsa perfecta, no había que dejar de mover con una cuchara de palo
la salsa, porque notó que la mezcla se pegaba al fondo de la cazuela.
Li Fa probó la salsa y sonrió satisfecho, pensaba que solamente los
patentes reproducían, los vendedores maestros mejoraban los sabores, ahora el
banquete le daba la oportunidad de agrandar su fama.
Tenía el guajolote y la salsa. Nada mejor que para aderezar la preparación
que un poco de ajonjolí español y arroz. Li Fa sabía que el arroz en México se
preparaba con aceite y se le daba una coloración rojiza con jitomate, pero el suponía
que, con arroz originario de China, el nuevo platillo debía presentarse lo más
naturalmente posible. Así elaboró un arroz blanco como el complemento perfecto.
Satisfecho con lo logrado, sólo esperaría la fecha para preparar el banquete
que al amo había ordenado para el día de su santo.
María Luisa no encontraba consuelo ante el vendaval que se venía, y llegó a
la conclusión que tenía que deshacerse de su marido. Se lo planteó a sus
amantes y todos se mostraron temerosos, y ninguno se comprometió a hacerlo.
¡Cobardes! Sólo quedaba el veneno, la ancestral arma de las mujeres, pero ¿Cómo
aplicarlo, ¿cuándo y dónde? El banquete parecía ser la ocasión apropiada.
El día del festejo la famosa casa de los marranos parecía iglesia de lo
llena que se encontraba. Decenas de invitados llegaron a disfrutar la hospitalidad
de don Huesca. Estaba el inquisidor, el
alguacil de la santa hermandad, la policía de la época, los acaldes mayores,
caballeros de varias cofradías, todos listos para saborear ese delicioso
platillo, que presumían haber degustado tanto tiempo atrás.
-¿Cómo decís que se llama mi señor?- - preguntó un inquisidor.
-“Mole”, ilustrísimo señor!,- respondió don Tomas.
-¿Delicioso, es único!, nunca había probado algo semejante.
Los invitados aprobaban con movimientos de cabeza estas aseveraciones.
Saboreando la comida, nadie se fijó cuando la esposa del anfitrión se deslizó
a la cocina. Luisa llevaba un pequeño fracaso envuelto en un trozo de tela. En
la alacena vertió sobre una de las botellas de vino el líquido mortal.
Dispuesta a retornar sus pasos, se encontró con Li Fa quien había observado la
escena de cerca. Decidido, trató de detenerla. Luisa gritó en el momento que
llegaba su marido, quien había ido a la cocina por el vino. Al ver a don Huesca
la escena, la sangre se le subió a la cabeza, y atravesó el corazón de Li Fa
con el mismo cuchillo con el que había estado comiendo el mole momentos atrás.
María Luisa se convirtió en una viuda muy rica que vivió muchos años. Nuca volvió
a casarse y cuido a distancia a su hijo. Se dice que en navidad y año nuevo
enviaba grandes cantidades de dulces, frutas y juguetes a los niños se san Cristóbal
y en algunas noches lúgubres se dibujaba su silueta en la puesta del
orfanatorio.
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